Por Sandra Milena Vargas Navas
Presidente del CPNAA
Bogotá, D. C., 4 de octubre de 2018. Al parecer, la lógica deontológica que orienta un código de ética y que aplica la razón como instrumento de persuasión, no ha sido suficiente para disminuir la cantidad de contravenciones a los códigos, las normas y las leyes. Al contrario, las sensaciones o sentimientos, entendidos como aquello que produce placer o dolor al individuo, han regido el comportamiento profesional a la hora de tomar decisiones éticas.
El desconocimiento del fin social de la profesión, en muchos casos un desconocimiento premeditado, hace que sólo se tenga como propósito el tener, más que el ser. Si no se privilegia la razón de ser de la profesión sobre la razón de tener será muy difícil que un código de ética resuelva el ideario de cualquier profesión. El trabajador ejemplar debe actuar con profesionalismo y profesionalidad.
Desde una perspectiva ética, se podría decir que el profesionalismo evalúa la forma como se lleva a cabo la práctica profesional en términos del trabajo bien hecho. Así, un arquitecto tendría un alto profesionalismo cada vez que hace su trabajo con diligencia e inteligencia, aplica los conocimientos, es innovador, estudioso y, en general, cualificado desde los aspectos teóricos y prácticos de su profesión.
Por su parte, la profesionalidad comprendería, entonces, la dimensión moral de la profesión y de su ejercicio. La dimensión moral del ejercicio profesional incluye algunos principios que, a su vez, soportan dos condiciones esenciales del individuo que ejerce una profesión: la autonomía y la autorrealización.
Así las cosas, mi invitación en esta editorial es que cada día trabajemos con profesionalismo y profesionalidad para así diseñar y construir nuestro país a partir de la ética.