En estos meses, en los que el eje central en las conversaciones y en las actividades de nuestros congéneres ha girado en torno a la pandemia del COVID-19 y desde todo punto de vista, no solamente desde la salubridad y la economía, cada uno de nosotros ha visto esta peligrosa esfera con protuberancias verticales desde nuestras profesiones, edades, preferencias, lugar de residencia, etc.
Si bien todos son importantes, a mi modo de ver, en esta dicotomía que se ha presentado entre la salud y la economía, hay, sin duda, un tercero ausente y es el encuentro social, la discusión entre pares y el enriquecimiento que produce la relación interpersonal directa, la sociabilización y la discusión, prácticas que son generadas principalmente por las actividades culturales y deportivas. Conciertos, obras de teatro, exposiciones, ballet y el infinito etcétera que contiene la palabra cultura.
Bien lo dijo Le Corbusier, el día es un triángulo equilátero de 24 horas divididas en tres aristas de 8 horas cada una: trabajar, dormir y entretenerse. Si se desestabiliza el triángulo, pierde su solidez y el sistema ser humano deja de funcionar correctamente.
Queda claro que, en esta pandemia, el triángulo se ha desestabilizado con las obvias consecuencias en la salud mental de la población. No se ven con claridad acciones encaminadas a promover de alguna manera las actividades culturales en vivo con sus respectivos y emocionados espectadores, compartiendo y discutiendo con quienes gozan del evento cultural o deportivo. Es indispensable pensar en la urgencia de resolver esa manifiesta inequidad, se tiene que buscar la manera de que los escenarios culturales y deportivos sean abiertos al público lo antes posible, claro, con las debidas precauciones dictadas por los epidemiólogos. Cerrarlos, sin ninguna posibilidad distinta a pasarlos por televisión, es una medida primaria y poco inteligente, como si el evento cultural o deportivo no fuera un todo que, sin el público, deja de ser lo que es.
Enrique Uribe Botero
Director Ejecutivo CPNAA